La ley del karma es un ejemplo
especial de la ley de causa y efecto que establece que nuestras acciones
físicas, verbales y mentales son causas, y nuestras experiencias son sus
efectos. La ley del karma enseña por qué cada individuo posee una disposición mental,
una apariencia física y unas experiencias únicas. Estas son los efectos de las
incontables acciones que cada uno ha realizado en el pasado.
La palabra karma significa
'acción' y se refiere principalmente a nuestras acciones físicas, verbales y
mentales.
Esta
expresión, causa-efecto, define lo esencial de la Ley del Karma. Una traducción occidental de la misma, usada también
por varios autores, puede ser justamente "Ley de Causa-Efecto".
La palabra
"Karma" significa "acción".
Su concepto implica la idea de retribución, o sea,
la de que cada causa produce un efecto correspondiente. Cosechamos, pues, como
efectos, aquello que sembramos como causas. El efecto es proporcional a la
causa, en términos cualitativos y cuantitativos, hasta que se supere y se
permita que el equilibrio sea restaurado, hasta que la armonía
de las causas y de los efectos sea restablecida. Todo en el Universo es movimiento pero que nunca desintegra el Todo: hay
una armonía hecha de contrastes, de acciones de signo contrario (flujo y reflujo),
por eso mismo se compensa.
La Ley del
Karma actúa en todos los niveles y seres del Universo.
En el ser humano, se manifiesta básicamente como ley de causas éticas. Aquello
que nos rodea, las circunstancias que nos afectan, el propio carácter que nos define y el resultado de
nuestros pensamientos, sentimientos y actos. Tenemos y somos exactamente
aquello que nos merecemos, de acuerdo con la cualidad de las causas que
generamos con nuestra conducta,
tanto a nivel físico, como emocional y mental.
¿Libertad o determinismo?
Realmente, en gran medida, el hombre está condicionado. En realidad, en verdad, podemos así afirmar que el hombre común está casi completamente condicionado, en un punto del que no tiene, además, conciencia alguna. Existe, sin embargo, un nivel a partir del cual el Hombre es libre y a este punto nos referiremos dentro de un momento.
Antes de
eso, importa notar que solamente podemos identificar al Karma con el destino si
salvaguardamos que es justamente el hombre el que va, sucesivamente, tejiendo
ese destino. El hecho de que las causas que generamos produjeran efectos por
fuerza de la Ley (del Karma), no implica que no haya libertad.
Evidentemente
que, a partir del momento en que ciertos impulsos se ponen en movimiento, puede
no ser ya posible pararlos; pero eso es similar a la situación en que, por
haber optado por un modo de vida y una alimentacion desordenada, vamos a estar sujetos
necesariamente a las consecuencias de tal cambio para la salud.
En el
cuaternario inferior, el Hombre, de facto, depende (casi) enteramente de los
condicionamientos kármicos, que se manifiestan en las circunstancias
hereditarias, sociales, familiares, culturales y en el juego de los fenómenos que fueron suscitando
una concatenación de pensamientos y sentimientos en respuesta a determinados
estímulos.
No
obstante, el ser humano tiene niveles o Principios a partir de los cuales se
consigue sobreponer a los fenómenos y circunstancias, induciéndolos y
moldeándolos, en vez de ser conducido por ellos, reactiva o pasivamente.
Referencias al Karma en las religiones y tradiciones espirituales
En las grandes religiones y tradiciones espirituales, es donde se habla más explícitamente del Karma individual. La comprensión de esta Ley está bastante más generalizada en las religiones orientales, aunque, de un modo quizás más confuso, también puede ser encontrada en los textos sagrados del Cristianismo.
En el
Hinduismo o Sanatana-Dharma, el Karma es una de las concepciones fundamentales
y omnipresentes. Lo encontramos en los Vedas; pasa a través de los Upanishads
y, principalmente, del Bhagavad Gita. Por ejemplo, en el
Brihadaraniaka-Upanishad, podemos leer: "cada uno se vuelve bueno a través
del buen Karma, y malo a través del mal Karma"; en el Bhagavad Gita se ve,
por ejemplo, 8:23 a 8:25 y 14:14 a 14:20. Está presente en las leyes de
Manú (cfr. entre muchos otros pasajes, 1:107, 1:117, 6:61-64, 6:72 y 12:8). Lo
encontramos, también, en los Puranas, específicamente en el Bhagavat Purana:
"En la proporción de las acciones justas e injustas en esta vida, cada uno
gozará o sufrirá las correspondientes reacciones de su Karma en la vida
siguiente" (6.1.45).
En el
Budismo es igualmente una de las enseñanzas absolutamente fundamentales. No
podemos, a este propósito, dejar de citar una maravillosa y significativa frase
del Señor Gautama Buddha: "Siembra un pensamiento
y cosecharás una acción. Siembra una acción y cosecharás un hábito. Siembra un
hábito y cosecharás carácter. Siembra un carácter y cosecharás un
destino".
En los
textos cristianos, existen también pasajes que aluden al Karma – aunque,
lamentablemente, la teología oficial no lo haya comprendido bien, en especial
por haber repudiado la idea de las vidas sucesivas, de lo cual no puede ser
desligado, sin que nos perdamos en una maraña de absurdos. La formulación más
conocida y directa es la contenida en la Epístola de San Pablo a los Gálatas
(6:7): "Todo lo que el hombre siembre, lo cosechará". Aunque la
referencia a esta ley está patente en citas como "No peques más, para que
no te suceda algo peor" (Juan, 5:14) o "No serás liberado, hasta que
hayas pagado la última moneda" (Lucas, 12:59).
En cuanto
al Karma colectivo, aflora en las Escrituras en narraciones como la del Diluvio
(al que existen referencias universales, entre las cuales la Biblia
judeo-cristiana es apenas un ejemplo más), en los grandes castigos (o en las
grandes alegrías) colectivos, o en frases como ésta, atribuida a Jesús:
"En verdad os digo, todos esos crímenes pesan sobre esta raza" (Mateo,
23:36); "¡Sí, os aseguro que se pedirán
cuentas a esta generación!" (Lucas, 11:51).
El Karma, que es la Ley por
excelencia, tiene inherente una potencia evolutiva
de todo el Cosmos. Por eso, él concurre siempre para hacer evolucionar al
hombre y conducirlo al nivel de trascendencia de sus condicionantes. No es un
terrible enemigo, como a veces se piensa, sino, en última instancia, nuestro
mejor aliado.
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